¡Déjele en paz!
¡Déjele en paz!, le digo
¡Déjele en paz!
Aprenda a vivir con el ángel que plasmó en su memoria
Con la bolsa de regalos no entregada
Con la ilusión del brindis por su encanto
Por su belleza
Por su retoño
Por el felino de su amor
Ahora transformados en recuerdos sin posibilidad de vida.
Sé que el conejo de miel aún subsiste sobre la mesa
La galleta del domingo de abril
La decoración de la madre sin una oreja
y la bienvenida fantasmagórica en el rostro.
Aprenda a vivir con el libro que no pudo ofrendarle
Con lo no expresado
Con aquella sentencia no emitida a su gracia.
No alcanzó a decirle que la mujer que le dio la vida en el otoño del 77, le quería
Que se lo dijo hace poco
Pensando la octogenaria que iría al matrimonio del puerto.
Aprenda a vivir con lo que no pudo esbozarle
Cuando usted le esperaba desde antes de pascua de resurrección.
Entienda que el fenotipo que encarna sus casi 50 años es su vergüenza
Que su casa nunca fue grata para la senda que le inspiraba
Que al arcángel de su costilla no le agradaba su presencia
Ni le sentaban bien sus paisajes, ni su estancia, ni el eco de su voz.
Entienda que aquella epifanía ya no albergará su sino
Que aunque llore y poetice a diario ante su credo
No recibirá una respuesta de alegría
Por cuidado a todo lo sacro y al sello austral que le es propio.
Entienda que se aburrió del juicio a oscuras
De la crisis bipolar desalmada
De la falta de trabajo que la produjo
De la aflicción asida a su expulsión injusta
Del descontrol infame
Del pesar por su destitución.
Comprenda de una vez que aquel ser diseminó la desorientación del medio
Echó por tierra su psiquis neobarroca
Su sombra y su luz.
Ahora habita en la almohada de la otredad
En el goce de lo distinto
En el encanto elevado hasta Eco y Narciso
En el júbilo de lo amoroso
En el fulgor de la caricia
En el himno a la libertad.
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